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Mostrando las entradas de junio, 2018

Una especie de cábala

Hoy me desperté un tanto sobresaltado, no tanto exteriormente. No es que estaba agitado, y haya pegado un salto en la cama, pero sí tuve un sacudón interno producto de un sueño. Otra vez un sueño. Pero en esta ocasión fue con Laura, mi más reciente ex novia. En esta vivencia nocturna yo estaba por proponerle casamiento. No estoy seguro por qué lo hacía, porque no estaba convencido. Pero aún así lo iba a hacer, como empujado por alguna fuerza, sabiendo que iba a ser una decisión difícil de deshacer. Me desperté con estas imágenes frescas en la mente, sin terminar de entender el significado. Pero traté de no darle mayor importancia. Me vestí rápido y fui al baño a lavarme la cara y los dientes. Me dispuse a salir rápidamente, porque a las 11 de la mañana jugaba Argentina contra Francia, por los octavos de final, y había planeado ir a ver el partido a Oveja Negra, mi bar de cabecera. Oveja me viene acompañando desde prácticamente su inauguración, unos catorce años atrás. Hubo pe

Pensamiento

Pienso que pensar es un arma. Y un arma vendría ser un elemento que uno tiene para pelear, en este caso contra la ignorancia, contra lo que nos quieren hacer creer, contra todo lo que viene servido en bandeja. Al pensar tenemos la posibilidad de analizar las cosas bajo nuestra propia óptica, y de llegar a conclusiones personales. Pero las armas hieren, lastiman, causan dolor. Y hablo de dolor propio. Un arma mal usada nos puede causar un accidente; un cuchillo que se nos zafa de la mano, una espala mal blandida, un tiro que se nos escapa. Y fuiste. Eso que supuestamente te iba a ayudar a progresar, a avanzar, te jugó en contra. Te enroscaste en un mar de pensamientos que se te fue de las manos, y no lo podés evitar. Y los análisis y sobreanálisis en los que caes te terminan afectando. Caes en razonamientos que abren la carne, dejando una herida expuesta. A veces pareciera que conviene tener un cerebro perezoso o anestesiado, y vivir en una inercia desabrida pero complacie

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Hasta hace una semana venía bien con el temita de los sueños. Soñar con Nina se convirtió en un hábito, en algo que sucede periódicamente, y que como pasa por lo general con los sueños, escapa a nuestro deseo o decisión. Estos sueños empezaron hace diez años, cuando se terminó nuestro noviazgo. Y yo, tal vez con ánimos de hacer catarsis, o de expulsar esas visiones oníricas, o de asentarlas para dejar un registro, empecé a escribirlos. Cada mañana que despertaba de uno de estos sueños, y ponía todo mi esmero en recordar la mayor cantidad de detalles antes que sucumbieran al olvido. Y con el correr de los meses y los años, siguieron sumándose otros nuevos. Pero además de tener un registro detallado de los noventa y pico de sueños con sus respectivas fechas, un día quise ver si había una disminución en la frecuenta con que soñaba. Así que me armé una lista, donde fui marcando cuántos días pasó entre un sueño y el siguiente, durante todo este tiempo. Y sí, en líneas generales ha

Libros

Anteriormente había comentado que empecé a sentir placer por la lectura gracias a Nina, y que el primer libro que me compré fue El libro del Fantasma, de Alejandro Dolina. Y desde ese momento entré a un mundo de letras del cual ya no pude salir. Tuve períodos de fascinación con algunos autores como el mismo Dolina o Sábato, y también con tragedias griegas. Pero siempre me sentí dispuesto a leer cualquier cosa. Toda lectura suma. Recordé que cuando era niño y estaba en edad escolar, observaba una biblioteca que había en casa, y sentía el deseo de que me gustasen los libros, para así poder leer esos que estaba ahí. Es rara la sensación de querer que te guste algo que no te gusta, pero pasa. Y varios años más tarde, con el placer literario ya desarrollado, fui hasta mi viejo dormitorio, donde todavía estaba esa repisa con los libros. No eran tantos, y muchos de ellos eran de cuentos infantiles. Pero los miré uno por uno, hice una selección, y me los llevé para incorporarlos a mi bib

Celeste y blanco

Ayer leí en un blog sobre la falta que tenemos de un sentimiento nacionalista, y del uso de los colores patrios, y me hizo acordar de algo. Allá por el año 2002, en previo al 25 de mayo, me compré un pin de la bandera argentina, para usar prendido en el pecho a modo de escarapela. No recuerdo el momento en que tomé esa decisión, pero estimo que una parte era por la cercanía a la fecha patria, y otro tanto por estar próximo el inicio del mundial de Corea-Japón. La cuestión es que me compré el pin, y lo empecé a usar todos los días. Pasado el 25 de mayo, se vivía todavía un aire de orgullo por los colores celeste y blanco, que se veía reflejado en la tele, vía pública y demás, como suele pasar en los años de mundial. Y yo seguí con mi banderita prendida a la ropa. El 12 de junio nuestra selección empató con Suecia, dejándonos automáticamente fuera de competencia. Fue un golpe que nadie esperaba, y esta prematura eliminación suprimió de un tirón cualquier ilusión mundialista. S

Adentro

Me siento un poco perdido, sin rumbo. Meses atrás, cuando volví a la soltería, recuperé un tiempo libre que se me presentó como un aire fresco, una oleada de posibilidades. Pero hoy no sé qué hacer, no sé en qué usarlo. Cuando estoy en casa me paso las horas mirando series, leyendo, jugando a algún que otro jueguito, y perdiendo tiempo en redes sociales. Y esas “tareas” se repiten en un loop sin fin. Me cuesta salir de ese círculo. Incluso las tareas hogareñas como cocinar, barrer, cortar el pasto o lavar el auto fueron reducidas al mínimo. Siento que estoy dejando correr la vida. A veces me obligo a salir, sobre todo algunas noches, en que termino yendo solo a un bar, aprovechando también para comer algo, ya que no me gusta cocinar. Pero ni siquiera es tan seguido, y cuando sí lo hago, tampoco interactúo con el mundo: llego al bar, pido una cerveza y una pizza, y me pongo a leer el libro que llevé. No tengo idea que impresión causaré a los que me ven, si la de tipo culto, o la d

Conexión

Me estoy levantando a eso de las 9:15, pese a que el despertador estuvo sonando intermitentemente desde una hora antes. Llego a la estación de tren todavía con cara de dormido. Es que vengo durmiendo poco, acostándome tarde, lo sé. Aunque siempre me acosté tarde. Pero se ve que el día a día rutinario ejerce un peso en lo anímico. Hace ocho meses que terminamos con Laura. Si bien estuvieron los dolores y pesares propios de cualquier ruptura, yo sentía que era un final inevitable, y en su momento también se me figuraba como un alivio. Debo decir que nunca la amé, en los dos años que estuvimos juntos. Pero quise enamorarme; de algún modo aposté a una relación y esperaba llegar a sentir ese amor, pero no pasó. Y con el correr de los meses se fue poniendo cada vez más en evidencia que ambos queríamos cosas diferentes, y que una proyección a largo plazo se volvía imposible. Después de acordado que lo nuestro había concluido, y de devolvernos mutuamente las cosas que habían quedado

Internet vino a complicar todo (parte dos)

Pasé tantos años descargando y escuchando música nueva, que en cierto momento caí en la cuenta que me había olvidado de escuchar los discos de siempre. Puntualmente me di cuenta que hacía mucho tiempo que no escuchaba OK Computers de Radiohead, pese a que me encantaba. Por esto tuve que aplicar un cambio de estrategia. Continué descargando discos, pero empecé a alternar lo que escuchaba en casa: un poco de música nueva, y otro poco de la ya almacenada. El reproductor de mp3 se mantenía casi exclusivamente para los discos pendientes de escucha. En líneas generales todavía uso este sistema, salvo excepciones. Por ejemplo, cuando voy a asistir a un festival, en los meses previos me pongo a escuchar todos los discos de las bandas que van a tocar, como para llegar a la fecha del show con esa música ya asimilada. En esos períodos, dejo de lado los discos “de siempre”, y me avoco exclusivamente a los nuevos. Con los años también se sumaron dos lugares más (además de mi casa y la cal

Soñé con Nina

Anoche soñé con Nina. Ella fue mi primera novia, allá unos doce años hacia atrás. Cuando terminamos el noviazgo en el 2008, no fue un final claro. No es que la ruptura haya sido ambigua o que la relación se haya ido apagando de a poco. A lo que me refiero es que después del final tuve las mil y una dudas al respecto de si había tomado la decisión correcta. Ese año lo recuerdo como uno de los peores de mi vida en cuanto a lo emocional. Todos los días pensaba en ella, y me replanteaba todo. En ese estado de angustia, un día empecé a soñar con ella. Era lógico, porque Nina ocupaba mis pensamientos durante prácticamente todas las jornadas, lo cual se traducía a veces en una continuidad onírica. A veces esos sueños eran muy nítidos, casi palpables, plagados de detalles que le daban una verosimilitud un tanto hiriente, al descubrir que por la mañana la realidad era otra. Estos eventos se sucedieron, y un día, al despertar de uno de estos sueños tuve la idea (seguramente la copié de

Internet vino a complicar todo (parte uno)

Durante la adolescencia empecé a darle bola a la música. Antes de eso no era un tema al que le diese importancia. Escuchaba lo que sonaba en la radio, o los casettes de Los Pericos que mi tía nos había regalado a mi hermano y a mí. Pero promediando el colegio secundario fue cuando comencé a elegir qué música escuchar, a darme cuenta que no todo era lo mismo, sino que ciertas bandas me llegaban de una manera diferente, produciendo ciertas emociones. Fue este despertar musical el que empujó el investigar, el conocer más, el ampliar el repertorio musical. Claro que estábamos todavía inaugurando el año 2000, y si bien internet existía, no era una herramienta instalada, y el acceso seguía siendo muy limitado. La forma más efectiva de conseguir música nueva seguía siendo ir a la disquería a comprar un CD, o en su defecto pedirlos prestados para copiárselos. Esto hacía que tuviese el tiempo suficiente para escuchar una y mil veces esa música nueva, hasta poder asimilarla y sentirla como alg

Empezar a leer

Cuenta la leyenda que aprendí a leer solo a los cuatro años. Que en cierta oportunidad, cuando yo estaba en la sala azul del jardín de infantes, la maestra le comentó a mi mamá que estaba asombrada que yo supiese leer, porque en una visita al zoológico que hicimos yo leía los carteles con los nombres de los animales, y atribuía esto a que la enseñanza la había adquirido en mi casa. Pero mi madre, que había notado mi nueva habilidad cuando leí la perilla del horno, creyó por su parte que era gracias al jardín. La cuestión es que aparentemente nadie me enseñó a leer, pero aun así lo hice. Pero en mi casa nadie tenía el hábito de la lectura, ni yo tampoco. Paradójicamente, cuando a mi hermano (un año mayor que yo) o a mí se nos caía un diente, el “ratón Pérez” no nos dejaba dinero bajo la almohada, sino libros. Unos libros grandes, finitos y plagados de ilustraciones. Unos libros que más que fuente de literatura, eran para nosotros objetos lindos, y sin leerlos los apreciábamos igua

El inicio

Belén me dijo que tengo que tratar de ir rompiendo mis estructuras. Belén es mi terapeuta. Hace poco que arranqué con terapia, hace algo más de dos meses, pocos días antes de cumplir los 34 años. Quizás debería haber empezado a analizarme mucho tiempo atrás, es probable, pero no lo sentí necesario hasta hace relativamente poco. No es que haya sido un negador, un detractor de la psicología. Hay gente que sí considera que hacer terapia es una boludez, que es para enfermos, o no sé qué otras cosas. Yo nunca pensé eso, pero simplemente sentía que no era para mí. Me parece que hace unas cuantas décadas había mucho prejuicio sobre el tema, y por ello se solía atacar o se veía mal a quien iba al psicólogo. Después el tema se fue normalizando, pero me da la sensación que se terminó llegando a un punto donde se invirtió un poco la cosa. Alguna vez escuché por ahí que somos el país con mayor cantidad de psicólogos por habitante. No sé si el dato es cierto, y no amerita investigarlo. A lo que v