Internet vino a complicar todo (parte uno)


Durante la adolescencia empecé a darle bola a la música. Antes de eso no era un tema al que le diese importancia. Escuchaba lo que sonaba en la radio, o los casettes de Los Pericos que mi tía nos había regalado a mi hermano y a mí. Pero promediando el colegio secundario fue cuando comencé a elegir qué música escuchar, a darme cuenta que no todo era lo mismo, sino que ciertas bandas me llegaban de una manera diferente, produciendo ciertas emociones. Fue este despertar musical el que empujó el investigar, el conocer más, el ampliar el repertorio musical. Claro que estábamos todavía inaugurando el año 2000, y si bien internet existía, no era una herramienta instalada, y el acceso seguía siendo muy limitado. La forma más efectiva de conseguir música nueva seguía siendo ir a la disquería a comprar un CD, o en su defecto pedirlos prestados para copiárselos. Esto hacía que tuviese el tiempo suficiente para escuchar una y mil veces esa música nueva, hasta poder asimilarla y sentirla como algo conocido.

Pero la llegada de internet, y más puntualmente de banda ancha vino a complicar las cosas. Porque de repente (aunque todavía con métodos un tanto toscos) se podía tener acceso a un montón de música. Toneladas. Recuerdo que una de las primeras cosas que descargué fueron las discografías completas de Queen y The Cure, y otra parva de discos. De un día para el otro, había mucha música para escuchar y asimilar. Este concepto de asimilación significa escuchar una canción, o mejor dicho un disco, tantas veces como sea necesario hasta llegar a un punto en el que uno “siente” que ya todos los temas le resultan familiares; aprehenderlos. Pero lleva un tiempo; días. Y la música nueva empezó a llegar a un ritmo más acelerado. Antes uno escuchaba hasta el hartazgo lo que tenía; ahora se podía tener mucho más de lo que se podía escuchar.

No era cuestión de empezar a escuchar la música así nomás, muy por arriba. No, la asimilación se mantuvo, pero para ello me fue necesario empezar a elaborar planes para organizar este proceso de escucha. Lo primero que hice fue una lista de los discos pendientes de escucha, para que no se me pasase ninguno por alto, y estando en casa (que era el único lugar en el que le daba tiempo a la música) los iba escuchando de a uno, hasta asimilarlo. Ahí ese pasaba a la gran carpeta de “mi música”, agarraba otro disco, y se repetía el ciclo. Claramente había logrado transformar algo genuino, algo visceral como el disfrute musical, en un proceso mecánico. A su vez trataba de mantener controlado ese stock de discos sin escuchar, para que no se desmadre. Pero recuerdo que supo rondar durante mucho tiempo el orden de los cien discos. Cien discos que debía escuchar trabajosamente.

Al tiempo me regalaron para mi cumpleaños un reproductor de mp3. Año 2006. Sinceramente no me acuerdo si fue obsequio de Nina o de mi hermano. Pero vino a acelerar un poco los tiempos de escucha, porque podía meter en el pequeño aparato unos cuantos discos para oírlos durante los largos viajes que tenía de casa al laburo, del laburo a la facultad o a lo de Nina. Pero aún así, era tanta la cantidad que discos nuevos que seguía descargando, que parecía un trabajo de nunca acabar.

Pese al avance de la música digital, el CD como objeto físico seguía teniendo un papel predominante. Mantenía un hábito de comprarme discos originales periódicamente, y a su vez, cuando terminaba de “asimilar” uno descargado, luego lo quemaba en un CD virgen, y muchas veces hasta le imprimía la tapa. El formato físico del disco todavía tenía un cierto valor por sobre los medios intangibles, pero no por mucho tiempo más. Porque en definitiva, la forma de escucha era principalmente en la PC, y tener toda la música en el disco rígido resultaba mucho más práctico.

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