Despido

El 27 de septiembre de 2018 era un día como cualquier otro en la oficina. A decir verdad, esa semana y la anterior estaba con mucho trabajo porque había salido un estudio bastante grande, para el cual se tenían que hacer unas cien entrevistas, y yo me pasaba prácticamente todo el día dentro de una sala, filmando cada una de ellas. Si bien usaba trípode, y al ser una toma continua y estática no tenía necesidad de operar la cámara constantemente, sí era necesario que estuviese cerca y atento, para hacer las pausas en los momentos necesarios, y para los frecuentes cambios de batería y memoria. De a momentos, cuando calculaba que tenía unos diez o quince minutos en los que no necesitaba intervenir, me iba hasta mi escritorio para revisar mails, poner a cargar las baterías agotadas y cambiar un poco de aire.

En una de estas incursiones, Cecilia, mi asistenta, me comenta que me había estado buscando Silvia, la de Recursos Humanos. Mi reacción fue “bueno”, porque a decir verdad no representaba nada fuera de lo común. Con relativa frecuencia, podría decir que una o dos veces por semana, Silvia me hacía algún pedido, si es que necesitaba sacar alguna foto a los nuevos ingresantes de la compañía, o si había que retocar alguna presentación de PowerPoint, o si requería ayuda para armar alguna comunicación interna para mandar por mail. En ese momento terminé de poner las baterías en sus cargadores y fui hacia la oficina de Recursos Humanos, pero estaba vacía. Cuando regreso a mi puesto, veo que Silvia estaba en la oficina de Lorena, mi jefa. Si bien la puerta estaba cerrada, son esas oficinas modernas con paredes de vidrio, que ahora usan mucho las grandes multinacionales como queriendo decir “miren, no tenemos nada que ocultar”. No deben haber pasado ni dos minutos, que se abrió la puerta, y Silvia se dirigió hacia mí, con su habitual cara inexpresiva. Me pide si podía ir con ella (todavía nada descabellado), pero cuando encara nuevamente hacia la oficina de mi jefa y no hacia la suya, presentí que no era algo de lo de siempre. A su vez le pidió a Cecilia que también viniera con nosotros.

Nos sentamos y Lorena, con cara de velorio (real o impuesta, nunca lo sabremos) dijo, palabras más palabras menos, que como sabíamos la empresa no estaba en un buen momento, y que tanto Cecilia como yo éramos muy valorados, pero que habían recibido órdenes desde arriba, es decir desde algún despacho en Alemania, de cerrar el área que yo lideraba. Más razones, palabras de apoyo, caras largas, alguna que otra lágrima de Cecilia, y no mucho más para aportar. Lo cierto es que ese año había sido crítico por varias razones internas de la empresa, principalmente cambios de estrategia y salida de gente de peso, que se fueron, llevándose consigo algún que otro cliente. A veces pasábamos largas horas sin absolutamente nada para hacer, y esto obviamente ayudaba a generar un clima de incertidumbre, tanto personal como de la propia empresa. Mismo yo, que días antes había comprado el pasaje para aprovechar días acumulados de vacaciones e ir a España, bromeaba diciendo “en una de esas mientras estoy allá me despiden, y aprovecho y no vuelvo”. Pero aún así, encontrarse en esa situación, por más previsible que haya sido, es extraño.

Cecilia, que no podía contener más el llanto, fue la primera en abandonar la oficina, velozmente rumbo al baño. Cuando yo crucé el umbral, sentí que toda la oficina estaba en silencio, y todas las caras que reflejaban expresiones de sorpresa y preocupación me miraban fijamente. Esbocé una mueca que quería decir “hasta acá llegué, gente”, y me senté en mi silla. No sabía bien ni qué tenía que hacer. Se me acercaron varios a preguntar qué había pasado, y les comuniqué brevemente lo acontecido minutos atrás, pero todavía sin haber caído del todo. Empecé a juntar mis cosas, a guardarlas en la mochila, pero con movimientos nerviosos, sin mucha claridad. Después de casi ocho años en la empresa, todo terminaba en forma casi instantánea, suprimiendo cualquier posibilidad de reacción.

Eran poco más de las cinco de la tarde, y varios de los amigos que me fui haciendo durante esos años me dieron su apoyo, y me propusieron de ir a tomar unas birras, aunque sea para despejar un poco la cabeza. De todos modos necesitaba hacer algo de tiempo, porque faltaba todavía un poco para el horario de salida. El de ellos; yo ya no tenía horarios. Así que salí a la calle a dar unas vueltas, mientras dos pisos más arriba una de las entrevistas se seguiría grabando, hasta que se agotase la batería.

Comentarios

  1. El título lo anticipaba, pero que duro esa noticia. Y no faltan excusas para despedir, sin olvidar decir lo que se valora a quienes se tiene que despedir..
    Por lo menos, tuviste la solidaridad de los amigos. Pobre Cecilia, con sus lagrimas.
    Saludos.

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