Con un pie en la orilla

Un martes de mediados de octubre me dirigí hacia el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. A horas del mediodía salía mi vuelo, en una jornada soleada y primaveral. Decidí hacer mi mayor esfuerzo por ignorar todos los sentimientos de incertidumbre que los últimos contactos con la Rusa habían despertado en mí. Había albergado la esperanza de pasar un lindo fin de semana con ella, pero prácticamente se llamó a silencio, y ni siquiera obtuve un simple “buen viaje”. Pero no quería pensar en eso. No quería pensar en ella, ni en lo vivido, ni en proyecciones a futuro, ni en nada. Estaba por ir a pasar tres semanas a España, y quería poder tener la mente fresca en el momento presente, para aprovechar el día a día.

Era mi segunda ida a Europa, pero a diferencia de la primera vez, en que había ido con Lau e hicimos el tour de debutantes europeos tratando de conocer la mayor cantidad de capitales posibles (Barcelona, Roma, París, Berlín, Praga), en esta ocasión opté por la improvisación. Lo único que tenía claro era que llegaba y volvía de Barcelona; el resto lo iba a ir viendo sobre la marcha. La ciudad catalana era parada obligada, porque ahí vive Matías, un amigo de toda la vida, a quien tenía ganas de ver. Y esta vuelta compartimos muchos más momentos, primeramente porque decidí quedarme más tiempo en esa ciudad, pero también porque yo estaba solo. Cuando había ido con Lau, si bien nos quedamos unos cuántos días, teníamos un itinerario más ajustado, pero también el hecho de que Matías y Lau no se conocieran, forzaba a que hiciésemos menos planes grupales.

Lo que tenía en claro para esta oportunidad, es que no tenía ganas de tomar aviones entre un destino y otro. Había aprendido que si bien los vuelos son relativamente cortos, se pierde mucho tiempo entre el embarque, la anticipación con que hay que llegar al aeropuerto, sumado a que éstos suelen estar retirados de las ciudades, con lo cual llegar también conlleva su demora y su costo. Básicamente fui eligiendo los destinos de acuerdo a las ciudades que veía que se encontraban a una distancia relativamente corta como para poder ir en micro. Y creo que fue un acierto. Mi primer destino después de Barcelona fue Zaragoza. Luego me dirigí a Bilbao, y más tarde a San Sebastián, antes de regresar al punto de inicio. Tres ciudades que a priori no son las que te vienen a la cabeza a la hora de planificar un paseo por Europa, pero que todas tienen sus grandes atractivos. De todos modos no voy a ponerme a detallar todo, porque no tenía intención de hacer una crónica del viaje.

Lo que sí quería decir, es que cuando llegué me propuse no darle bola a la Rusa, o al menos tratar de que así fuera. Tampoco recibí un “¿cómo estuvo el viaje?” de su parte, con lo cual empecé a masticar cierta bronca y desilusión, pero el lugar en el que me encontraba mitigaba un poco el pesar. Tenía que enfocarme en aprovechar ese tiempo allá, solo y lejos de todo, aunque estuviese con un gran amigo. Estaba dispuesto a pasar página, al menos mientras estuviese por allá. Pero un par de días después, cuando Matías quiso ir a tomar un café a un local de Havanna, me llegó el primer mensajito de ella. Es como si el aroma del típico café argentino (sé que Havanna no es el típico café argentino, pero para el caso es lo mismo) hubiera despertado la atención de aquella argentina (es argentina, aunque la conozcamos como la Rusa) que aguardaba a miles de kilómetros. O yo la esperaba a ella.

Comentarios

  1. del desamor no se puede escapar, vaya donde uno vaya...

    si le dicen rusa por aspecto debe ser muy linda y eso complica las cosas

    y si se lo dicen por judía las complica aún mas ja... saludos

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    1. Era por la ascendencia del apellido, aunque ella no fuese ni rusa ni judía. Igualmente sí, era muy linda, y las cosas se complicaron.

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  2. Que bonita historia de un amor dormido que se ha quedado dentro

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    1. Muchas gracias! Anduve viendo por ahí que tenes una doble personalidad. ¿Vos sos vos o sos la otra? jaja

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    2. aplauso cerrado!!! jaja, genial...

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  3. Ay, me encantaría conocer el País Vasco!! Más que Francia, Alemania, Inglaterra. Esos verdes, Diossssssss

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    1. La verdad que me encantó. Quizás sea solamente porque no tenía expectativas. Pero no, no es solamente por eso; realmente tiene su encanto. Me encantaría volver.

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  4. Debe estar en la condición humana, tal vez en la demiurguica también, la molestia al recibir indiferencia, cuando se planeaba darla.

    Saludos.

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    1. Es de las peores molestias, porque no tiene de qué aferrarse, y sigue creciendo.

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  5. Cuesta olvidar a las personas que llevamos en el corazón y duele si se distancian.

    Me alegra que parece que se haya retomado la relación.

    Besos.

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    1. Sí que cuesta.
      No te alegres tan pronto, que no todo es como parece...

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