La chispa de la distancia
El primer mensaje de la Rusa en cruzar el océano fue bastante
escueto: los infaltables interrogantes para ver cómo había sido el viaje, el
clima, y esas cuestiones. Como yo estaba en la calle, tenía una señal de wifi
intermitente, con lo cual tampoco estaban dadas las cosas como para un diálogo
más largo. Pero más allá de eso, estaba dolido por la actitud que ella había
tomado durante los últimos días, y no iba a correr a sus pies a la mínima
atención. No por capricho, sino porque percibía en su mensaje una cuestión más de
compromiso que un interés de fondo.
Pasó otra tanda de días antes de recibir un nuevo mensaje
suyo, pero a medida que transcurría el viaje se fueron haciendo más frecuentes
y fluidos. También yo me fui entregando a esas charlas, al empezar a percibir
un interés más real de su parte. Después de mi regreso, cuando nos vimos, me
confesó que le despertó cierto germen de celos el ver una foto que subí a
Instagram, con Flor, la esposa de mi amigo Matías. Una tarde, mientras él
trabajaba, nosotros nos fuimos a andar en bicicleta por el centro de Barcelona,
ya que ella tenía ganas de hacer ese plan, pero él nunca se copaba. Claro, la
Rusa al ver la foto no supo quién era mi compañera, y se ve que le generó algo.
Pero no nos adelantemos.
La frecuencia de nuestras charlas se hizo casi diaria, lo
cual me agradó mucho. Yo había previsto que el viaje podía distanciar el poco
vínculo, pero al parecer lo estaba cimentando. Empezaban a aparecer comentarios
del tipo “cuando vuelvas tendríamos que ir a tal lugar”, lo que me llenaba de
esperanza. Cierto día me contó que estaba un poco asustada, porque le habían
descubierto un pequeño bulto en una mama, y el médico le dijo que la iban a
tener que operar. Ella ya había pasado por una intervención similar tiempo
atrás, y al parecer se repetía la historia. Yo traté de acompañarla lo más que
pude pese a los diez mil kilómetros, y un poco me hubiese gustado estar ahí, a
su lado, en ese momento de preocupación. Días atrás, mientras estaba en
Zaragoza, había comprado un libro de Borges, y al leerlo se reavivó en mí la
chispa de la poesía. El día previo a la operación yo estaba en San Sebastián;
un día gris, frío y lluvioso (como prácticamente todos), y empecé a componer
versos dedicados a ella, mientras caminaba por la costanera. Fue el primer
escrito en mucho tiempo, y luego de darle los últimos ajustes, se lo envié. No
pude ver su cara, pero percibí su emoción ante ese gesto.
Su operación salió bien y yo ya había regresado a Barcelona.
Eran los últimos días del viaje, y si bien tenía cierta reticencia a emprender
el regreso, también sentía muchas ganas, porque el vínculo con ella había ido
creciendo muy aceleradamente los últimos días. O más que el vínculo, el interés
que yo sentía de su lado. Un par de jornadas atrás, me había preguntado cómo
pensaba volver de Ezeiza, a lo que le respondí que todavía no sabía. Había
pensado en decirle a mi hermano, o a mi vieja, pero todavía no había hablado
con ninguno. Ante esta respuesta, ella se ofreció para ir a buscarme. Para el
que no conozca, el distancia entre el aeropuerto y donde yo vivo es de 50km, y
lleva su tiempo. Me pareció un gesto súper significativo, y obviamente lo
acepté.
El miércoles 7 de noviembre de 2018, cerca de las ocho de la mañana, yo aparecí caminando, con mi más genuino aspecto de cansado, por el hall central de Ezeiza, y ahí estaba la Rusa, esperándome del otro lado de la valla. Cansado, sí, pero también muy contento. Aunque en ese entonces supuse que la alegría iba a durar un poco más de tiempo.
La Rusa parece una mujer inolvidable, por lo que contas.
ResponderBorrarNo sé si es que ella es inolvidable, o es que yo no sé olvidar a nadie.
Borrarcon tus escritos uno empieza a no quererla a la Rusa porque te atajás todo el tiempo para que no nos ilusionemos ja... pero hoy esa búsqueda a Ezeiza estuvo muy bien... veremos como sigue
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