El mejor apodo
A veces la maldad y la creatividad vienen de la mano. Y un lugar en el que se puede ver claramente es a la hora de bautizar con un apodo a alguien. Es verdad que la mayoría de las veces, los sobrenombres van tomando forma a lo largo del tiempo, como un trabajo sutil e invisible, hasta que de repente, un día uno amanece ya apodado, pero no sabe cómo fue esa gesta. En contraparte, yo enarbolo la bandera de haber puesto los apodos de dos de mis amigos del colegio secundario. En realidad, el primero fue un mérito a medias, por no ser una invención genuina. Un día lo llamé por teléfono a la casa, pedí hablar con él, y afilando el oído pude escuchar en esa intimidad hogareña, que sus padres lo llamaban Tete. Cuando él llegó hasta el aparato telefónico le dije “qué hacés, Tete”, y desde ese preciso momento, el apodo se expandió como una gota de nafta en el agua. El segundo sobrenombre sí es medalla mía. Fue cuando Carlos estaba contando en un recreo que, así como los hermanos mayore...