Conexión
Me
estoy levantando a eso de las 9:15, pese a que el despertador estuvo sonando
intermitentemente desde una hora antes. Llego a la estación de tren todavía con
cara de dormido. Es que vengo durmiendo poco, acostándome tarde, lo sé. Aunque
siempre me acosté tarde. Pero se ve que el día a día rutinario ejerce un peso
en lo anímico.
Hace ocho meses que
terminamos con Laura. Si bien estuvieron los dolores y pesares propios de
cualquier ruptura, yo sentía que era un final inevitable, y en su momento
también se me figuraba como un alivio. Debo decir que nunca la amé, en los dos
años que estuvimos juntos. Pero quise enamorarme; de algún modo aposté a una
relación y esperaba llegar a sentir ese amor, pero no pasó. Y con el correr de
los meses se fue poniendo cada vez más en evidencia que ambos queríamos cosas
diferentes, y que una proyección a largo plazo se volvía imposible.
Después de acordado que lo
nuestro había concluido, y de devolvernos mutuamente las cosas que habían
quedado en la casa del otro, empecé a percibir una renovada libertad. Volver a
tener tiempo personal a diario, y no a cuentagotas. Pude escuchar música a
antojo, ponerme al día con varias series con las que me estaba rezagando,
dedicarle más tiempo a la lectura y retomar la escritura. Incluso me anoté en
un taller literario, y las salidas a bares se incrementaron.
Volví a instalar Tinder y
Happn en el celular, con el deseo de conocer a alguien. Pero son herramientas
peligrosas. Uno ve cientos de caras bonitas, y por lo menos a mí me resulta
inevitable “enamorarme” de algunas de ellas, deseando un match que no llega. Y
la fantasía me lleva a veces a imaginar a esa persona, a descubrir algo más
allá de esa breve selección fotográfica. A descubrir a través de gestos, poses
y hábitos algo de su esencia. Y cuando eso que veo, o que creo ver lo siento
compatible conmigo puedo llegar a vislumbrar una posible vida juntos. Termino
usando estas aplicaciones no para una cita, o una salida de una noche, o un
garche; inconscientemente (o no tanto) estoy buscando un amor ahí.
Pero este comportamiento no
es exclusivo de estos programitas. Me pasaba desde antes, y me sigue pasando.
En la calle por ejemplo, o en el bondi, en un bar, un recital, donde sea. En
determinado momento me cruzo con una chica equis, y en fracción de segundos
siento “enamorarme”. Es verdad que suelen ser chicas lindas, pero hay algo más.
Hay algunas que son lindas, pero no pasa nada. Pero con estas otras, me parece
que al verlas algo se despierta dentro de mí, y me dan ganas de conocerla, de
entablar una conversación para evitar que ese efímero encuentro sea todo
nuestro vínculo. Pero no lo hago; no sabría cómo.
Por las tardes, cuando
llego a casa después del trabajo, me paso horas mirando series y leyendo. Al
punto tal que ambas tareas casi que dejaron de ser algo placentero, y se están
transformado en una rutina. Hay veces que me pongo a ver un capítulo con tal
desgano, que cada diez minutos lo freno y hago otra cosa. Los días dejaron de
ser un cúmulo de horas libres para dedicarlas a tareas pendientes y
placenteras. Los días son una copia monótona del ayer, y del anteayer, y del
ante anteayer… Y los mañanas no pintan muy diferentes. Perdí un norte. No
quiero seguir en una sucesión de jornadas sin objetivo. Quiero salir del círculo,
aunque no sabría decir cómo. Mientras sigo abriendo Tinder, tratando de
encontrar una conexión real.
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