Entradas

Mostrando las entradas con la etiqueta espuma

El mar de la inmoralidad, parte dos

< Parte uno Esa noche descubrí que en un entorno social regular, cuando se cambian un par de reglas de juego, la gente sufre una regresión a un estado salvaje y pierde toda moral. En el centro de la pista, la espuma llegaba tranquilamente hasta el metro veinte de altura, y la gente bailaba, reía y tomaba, como si no hubiese ninguna espuma. Pero la había. La había y las ropas comenzaban primero a humedecerse, para terminar empapadas, pegadas a los cuerpos, revelando contornos y detalles muchas veces íntimos que cada uno conservaba al resguardo. Pero la espuma empezó a borrar estos límites de lo privado, de lo personal, porque estábamos todos sumergidos en la misma sustancia, que nos hermanaba; aún a la distancia, nos sentíamos en contacto, éramos uno, y yo empecé a saberme con derechos que antes no tenía. La revuelta marea blanca era el umbral perfecto: por arriba, la fiesta, la diversión, los cuerpos pegoteados y sugerentes; por debajo, un mondo invisible donde existía

El mar de la inmoralidad, parte uno

Voy a contar una historia de la cual no me enorgullezco. Uno siempre es el protagonista de su propia vida, y como tal, tiende a ocupar el centro de todas las acciones y aconteceres, y con frecuencia es el único personaje del cual se conocen todas las tramas e hilos narrativos. Sin proponérnoslo nos vamos convirtiendo en los héroes de nuestras propias existencias. No porque tengamos habilidades supernaturales y tiremos rayitos de colores, sino por su otra acepción. Y así como en el cine el tiempo puede hacer que una obra maestra se trasforme en un bodrio, en la historia personal puede lograr que el héroe (uno mismo) se transforme en villano. Al vernos desde afuera, ya alejados de nuestra propia anécdota, podemos apreciarnos como si ese ser fuese otro, y así juzgarlo más certeramente. Pero basta de tanta introducción rebuscada; voy al grano. La historia nos sitúa en el año 2004, en la ciudad balnearia de Miramar. Por ese entonces yo tenía unos 19 años, y era la segunda vez que