El mar de la inmoralidad, parte dos
< Parte uno Esa noche descubrí que en un entorno social regular, cuando se cambian un par de reglas de juego, la gente sufre una regresión a un estado salvaje y pierde toda moral. En el centro de la pista, la espuma llegaba tranquilamente hasta el metro veinte de altura, y la gente bailaba, reía y tomaba, como si no hubiese ninguna espuma. Pero la había. La había y las ropas comenzaban primero a humedecerse, para terminar empapadas, pegadas a los cuerpos, revelando contornos y detalles muchas veces íntimos que cada uno conservaba al resguardo. Pero la espuma empezó a borrar estos límites de lo privado, de lo personal, porque estábamos todos sumergidos en la misma sustancia, que nos hermanaba; aún a la distancia, nos sentíamos en contacto, éramos uno, y yo empecé a saberme con derechos que antes no tenía. La revuelta marea blanca era el umbral perfecto: por arriba, la fiesta, la diversión, los cuerpos pegoteados y sugerentes; por debajo, un mondo invisible donde existía