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Mostrando las entradas de julio, 2018

Acaba la cábala

Hay mucha gente que tiene cábalas y cree en ellas. Según su definición, la cábala es una “suposición o cálculo formado a partir de datos incompletos o de indicios”; o sea, puro chamuyo. De alguna manera queremos aferrarnos a algo incoherente, quizás como para suponer que tenemos alguna injerencia en eventos que escapan completamente a nosotros. La cábala es una manera vulgar o campechana de saberse el escritor del futuro; una forma de creernos protagonistas de lo que en verdad somos espectadores. Lo curioso de la cábala es que la mayoría de las personas que posee una, sigue aferrándose a ellas aun cuando no se cumplen los resultados esperados. “Siempre que voy a la cancha a ver a Racing me pongo el mismo calzoncillo”. Pero escuchame una cosa: Racing pierde más partidos de los que gana; esa cábala no está funcionando. Lo que pasa es que el cabulero adjudica ese mal resultado a otros atributos ajenos a él. Es decir que no se perdió el partido por su calzón; eso estuvo bien. Pero al

Un guiño no cuesta nada

Hace unos diez años, cuando se empezó a hacer masivo el Facebook como red social, yo traté de resistirme y no registrarme, no porque me pareciera una bosta, sino porque sabía que con la cantidad de funciones y pelotudeces que tenía, me iba a enviciar e iba a terminar perdiendo muchas horas de mi vida ahí adentro. Lo sabía. Finalmente un día caí, y se cumplió todo lo que había vaticinado. De un modo similar, antes de aprender a manejar, intuía que el día que estuviese atrás del volante se iban a hacer mucho más patentes mis cualidades de ver las fallas de los otros automovilistas. Efectivamente, hoy soy un conductor cascarrabias. Saqué el registro hace apenas tres años (yo tenía 31 de edad), pero aún así considero que manejo mucho mejor que la mayoría. Y es que la generalidad de la gente lo hace como el orto, digámoslo. Pero hay que diferenciar a los malos conductores en dos grupos: los que tienen la habilidad o conocimiento para hacerlo bien, y de todos modos eligen la falta, y l

Cuando sea presidente

Hay algo que me llama mucho la atención. En los últimos meses se fue instalando paulatinamente en los medios de comunicación, en las redes sociales y en el boca en boca el tema del aborto. Que si está bien, que si está mal, que es mi cuerpo y yo decido, que salvemos las dos vidas, que cerrá las piernas, y muchas cosas más. Yo tengo una opinión medianamente formada al respecto (digo medianamente porque sigo encontrando argumentos válidos en ambos lados), pero hay algo que se está omitiendo en todo este revuelo, que me parece de suma importancia y que, o a nadie se le ocurrió aún, o hay intereses ocultos. Estoy hablando de la decisión concreta de tener un hijo. Me parece que no se está viendo el verdadero peso de esto, y la seriedad con que habría que tomar esta elección. Según un estudio de la Universidad de Nomeimporta, el 44% de los embarazos no fueron buscados. ¡Estamos todos locos! Eso significa que casi la mitad de la gente que está caminando por el planeta “cayó en paracaída

Pobre loco

Vemos a un loco caminando por la calle. Nos damos cuenta que es loco por su forma de vestir, a veces extravagante, y otras sumamente descuidada y sucia, al borde de la indigencia; por sus movimientos que son una mezcla de tics y actos reflejos casi convulsivos de a momentos; porque habla solo, grita, y hasta increpa a la gente que se le cruza; y por su andar seguro en la calle, aunque sin un destino claro, y muchas veces susceptible a cambios abruptos de dirección. Solemos verlo como a un tipo raro, malo, agresivo, y por eso lo dejamos solo. La simple idea de tener que dialogar con él, nos produce un escozor, una incomodidad, y por eso preferimos evitarlo. Rápidamente lo etiquetamos como loco, y de esta manera es más fácil; sentimos que de alguna manera se justifica nuestro desprecio hacia él. Abundan las leyendas de los locos del barrio, que otrora solían ser grandes cirujanos, empresarios exitosos o vecinos como cualquier otro hasta que la muerte de la mujer, o la aparición de

Llamada entrante

Creo que en el fondo, pese a mi aspecto hosco, a mi semblante de tipo serio y malhumorado, y a todas las características que demuestran o dan a entender que fui convirtiéndome en un tipo duro, reacio, desensibilizado y mezquino a la hora de expresar sentimientos, sigo siendo un romántico a la vieja escuela, que confía en el amor para toda la vida, y en la búsqueda de ese ser. Creo (o quiero creer) en pequeñas pistas que fueron puestas ahí por alguna divinidad intangible, para que sepamos interpretarlas y así acercarnos a ese ser que nos colme de felicidad. El sábado venía manejando, y veo en el medio de la calle un pequeño rectángulo negro brillante. Por aspecto y dimensiones me pareció que era un teléfono, así que luego de pasarle por encima (pero sin pisarlo con las ruedas) detuve la marcha y me dirigí hacia el objeto. Efectivamente era un celular. Era una calle muy poco transitada, por la que no suelo circular. De hecho, era la primera vez que andaba por ahí. Capaz que había a

Cartas

Empecé a vaciar el placard; primero los cajones, después las perchas y el estante de abajo donde estaban las zapatillas. La mudanza, lejos de sentirse como una carga, significaba el paso a la independencia, o en todo caso una semi independencia, porque me iba a lo que había sido la casa de mis abuelos. No había elegido el lugar, pero tenía sus ventajas y era un buen primer paso para abandonar la casa paterna. Ya había vaciado la biblioteca y puse en cajas   las cosas innecesarias, esas que no me iba a llevar, que iban a quedar ahí, en ese dormitorio. Lo último en revisar fueron las puertas de arriba del placard, donde guardaba las sábanas y tenía archivadas algunas cosas: lugar de no muy fácil acceso por la altura. Y en el revoltijo de su interior me encontré con una pequeña caja circular de color celeste, rematada con un moño en su tapa. Ni bien quedó al descubierto la reconocí, aunque hubía olvidado por completo su existencia. Era la caja de un regalo que me había hecho Nina cu

El lenguaje de la música

Años atrás (entre el 2012 y el 2016 para ser más exacto) junto con un par de amigos hacíamos un programa de radio. Como hobbie, porque nos parecía algo entretenido. Pero la idea no era pasarse el rato hablando pavadas, sino hacer todo lo posible por lograr un producto de calidad e interesante para quien escuchara. Cada uno de nosotros iba a tener un bloque a cargo, y a la hora de pensar en qué utilizar el que me correspondía, me iluminé gracias a una de mis “pasiones”. Ya había comentado en otra publicación sobre mi fanatismo por las banderas. Y básicamente tomando eso como punto de partida, creé una sección radial en donde cada programa elegía un país, y buscaba música y datos interesantes de ese lugar. De esta manera conocí un montón de bandas interesantes de todo el mundo, algunas tan desconocidas y tan under que no las hubiese descubierto ni de casualidad de no haber sido por la radio. Una de ellas es Punkart , banda de Bosnia y Herzegovina, que cantan en idioma croata. Apen

El más allá

Anoche terminé de leer el libro “Muchas vidas, muchos maestros”. El nombre no me gusta ni un poco, me suena a esos de autoayuda barata. Pero me lo recomendó una amiga que acababa de leerlo, y como justo estaba terminando otro libro, seguí su consejo. No es una novela. El que lo escribió es un tal Brian Weiss, que aparentemente es un psiquiatra super groso nacido en Estados Unidos. Se recibió en la Universidad de Harvard, hizo no sé qué maestría en Yale, está a cargo del departamento de psiquiatría del Hospital de Miami, da conferencias sobre su especialidad… Una especie de eminencia en el tema. Un tipo muy estudiado, con mucha cabeza, con un perfil científico muy marcado. La cuestión es que un día le cae en su consultorio una mina con trastornos de ansiedad, miedo al agua, miedo al encierro, y mil mambos más. Él la empieza a tratar como a cualquier paciente, intentando descubrir si ella había sufrido algún episodio traumático que hubiese podido desencadenar todos los síntomas

Chau Nina

Cuando en el 2008 empecé a soñar con Nina, no me llamó la atención. Era lógico, porque hacía algunos meses que habíamos terminado, y si bien la decisión de no seguir con el noviazgo había sido mía, yo la estaba pasando muy mal y la extrañaba horrores. Despertar con el recuerdo de haber vivido una experiencia onírica junto a ella, lejos de ser una caricia, lo sentía como un tormento, en parte por la   nitidez de esos sueños. Y como éstos se sucedieron, decidí empezar a escribirlos, quizás solamente para registrarlos, o puede que haya sido también como una forma de catarsis. Durante el resto de ese año, cada sueño que escribía tenía la sensación de que sería el último; que con el pasar de los meses esas experiencias irían desapareciendo. Pero no fue así. Si bien en líneas generales se fueron haciendo más esporádicos, nunca terminó. Pasaron muchos años, y la cuenta de sueños registrados llegó casi casi a la centena. Me preguntaba (o pregunto) frecuentemente si en algún momento esto

Orden

Todos tenemos hábitos, rutinas, estructuras o TOCs; cosas que hacemos con mayor o menor grado de conciencia. Algunas tienen una funcionalidad, un objetivo de ser, y pongo como ejemplo que yo, cuando lavo los vasos, después de enjuagarlos los tengo que colocar boca abajo, pero no debe quedar apoyado todo el contorno del mismo sobra la mesada. Lo de boca abajo es para que escurra el agua, y lo del apoyo es para que no tome olor el aire encerrado en su interior. Es una maña, sí, pero tiene una razón de ser. Otras no tienen un motivo claro, pero uno decide hacerlas de todos modos de determinada manera. El rollo de papel higiénico tiene que quedar con el papel colgando por delante. El pomo de dentífrico (cuando está en el vasito) va con la tapa hacia abajo. El termo se guarda destapado (aunque ésta sí tiene un motivo, y es que si queda tapado, el vapor atrapado puede ir oxidando el interior). Existen estructuras a su vez para infinidad de cosas más: cómo guardar la ropa, qué va en

Monstruo

Ayer leí en otro blog que proponían la dinámica de explicar el origen del nick que usamos. No tenía pensado escribir exactamente de eso, pero me parece un buen punto de partida. Hace unos nueve años había decidido hacerme un blog. La idea era crear ese espacio como una herramienta de expresión, tanto de ideas y sentimientos puntuales, sin demasiado análisis, como también para publicar textos. Por aquellos tiempos estaba yo incursionando en la escritura, y me resultaba interesante tener un lugar donde exponer esas narraciones, y ver qué repercusión tenían (si es que tenían). A la hora de elegirle un nombre, se me vino a la cabeza el título del libro de Dolina “El libro del fantasma”. Me resultaba interesante esa idea de un ser espectral, abstracto, que habita dentro de uno y que nos va dictando cosas. No quería caer en un plagio tan rotundo, pero sí seguir en una temática similar, y me pareció que el concepto de monstruo mantenía el vínculo. Ese blog tuvo su pico de “éxit

068563

Los sueños tienen un poder muy fuerte sobre nosotros. Creo que dicen mucho de lo que nos pasa, pero con un lenguaje que no terminamos de interpretar del todo. Muchas veces los tomamos como algo literal, y así nos alejamos del verdadero significado que tienen. Me encantaría tener el don de interpretarlos a la perfección. Los analizaría. Igual es posible que cada persona, cada mente, opere de una manera diferente, y no sería viable hacer generalizaciones. No podría afirmar “soñar con esto significa esto otro”. Capaz en mi cabeza sí, pero en la de otros las reglas del juego son distintas. Lo siento Freud. Pero hay otro tipo de potencial en ciertos sueños, que es el de la premonición. Es decir, soñar algo que todavía no pasó. Yo tuve varios de este tipo (algunos un toque tirados de los pelos), pero el tema es que uno se da cuenta que fue premonitorio después que pasa el hecho en cuestión. Pasa algo puntual y ahí decís “ah, yo había soñado esto”. Ya pasó. De nada sirvió la anticipació

Vexilología

Completando el fixture del mundial, veo las banderitas impresas en el papel y recuerdo los orígenes de mi pasión por las banderas. Pasión, gusto, o no sé qué carátula darle. Hay algo de estos emblemas patrios que me resulta muy atractivo. Entiendo que es por los colores. Siempre tuve una fijación por lo que resaltaba por su colorido. Me acuerdo de una escena de Rambo, casi llegando al final, donde el personaje se asoma desde la penumbra de un bosque, y ve a lo lejos las luces de una estación de servicio, me parece. Se veían muchas lucecitas de colores. Era mi parte favorita de la película. Pero volvamos a las banderas. Mi mamá es docente, y cuando yo era chico (estoy hablando de cuando tenía unos ocho años, calculo) ella tenía un manual que es el que usaba para preparar las clases. A mí me gustaba hojearlo, porque tenía buenas ilustraciones. Pero la página que siempre cautivaba mi atención era la que mostraba las banderas de todos los países. Me generaba cierto placer ver esto, y

Croata

Esta tarde, mientras se estaba jugando el partido entre Rusia y Croacia, veníamos charlando con un amigo y haciendo comentarios sobre el mundial. El gran nivel de juego entre estas dos selecciones, y el resultado final provocaron que ambos dijéramos “¡qué bueno ser croata!”. Hasta bromeamos cómo quedarían nuestros apellidos con la característica terminación “ ić ”. Y capaz hubiese estado bueno ser croata. Algunos dirán “pero ellos no tienen dulce de leche”, o “las mujeres argentinas son más lindas”, o “no tienen música que valga la pena”. Y hacer ese tipo de afirmaciones está mal. Porque yo no hablo de irse a vivir a Croacia; me refiero a haber nacido en ese país. Y si así fuera, no extrañaríamos el dulce de leche porque capaz ni sabríamos de su existencia, y en su lugar comeríamos atrukli (lo acabo de googlear); posiblemente nos resultarían más atractivas las mujeres croatas; y nos pasaríamos horas escuchando a Omega Lithium (gracias Wikipedia). Nos habríamos forjado bajo un

Famoso

La fama es algo extraño. Es una especie de fuerza invisible que le da a su portador más peso, o un aire de superioridad. Quizás no al él mismo, pero nosotros, las personas normales, cuando nos topamos con uno de ellos sentimos que emanan ese algo, como si no fueran ellos también normales. Uno de los primeros encuentros del que tengo recuerdo fue con Guillermo Francella. En realidad, no sé si me acuerdo de haberlo visto, o más bien de la situación. Yo tendría unos seis años, y estábamos yendo todos en auto hasta la avenida (Centenario, claro), al punto en donde paraban los micros de larga distancia, a buscar a mi tía o a mis abuelos, que volvían de Mar del Plata. Yo no quería ir, porque en la tele estaban dando una película de los bañeros más locos, y no me la quería perder. Lo curioso del dato es que en esa película actuaba el mismo Francella, y toparnos con él minutos más tarde le dio sentido al esfuerzo. Hubo otros encuentro menores, más bien fortuitos porque yo no tenía id

Terreno baldío

Hace cuánto que no veo un lote baldío. Quizás parezca una reflexión un tanto absurda, e incluso puede ser que muchos, sobre todos los porteños, estén frunciendo el entrecejo en señal de desconcierto. Pero es que los que nacieron en el centro, en manzanas abarrotadas de edificios, no tuvieron el placer de convivir con esos espacios en blanco. O en verde, mejor dicho. De todos modos, y acá me hago cargo, los que crecimos en provincia, fuera de la capital, cargamos con cierta ignorancia. Por ejemplo, yo empecé a trabajar en capital a los 22 años. Hasta ese momento, para mí era lo mismo decir Capital Federal o el centro. Eran sinónimos. Y no, después entendí que el centro es una pequeña parte. Pero para nosotros los provincianos nos parecía todo lo mismo. E incluso gente grande, que no está habituada a ir a diario a la ciudad, sigue cayendo en este error. Otra de los modismos campechanos que tenemos los de provincia (y que me di cuenta hace un par de años apenas), es que solemos

Si palmo, palmo dormido (parte dos)

Al entrar al baño, lo primero que hice fue mirarme al espejo, como intentando encontrar un poco de compasión en ese otro yo que me miraba desde el reflejo. Tenía miedo. Me senté en el borde de la bañadera, y recordé lo que hacían en las películas las víctimas de picadura de serpientes: se succionaban la herida para expulsar el veneno inyectado en el organismo. Sonaba absurdo, poco convincente, pero en aquel momento era la mejor herramienta que tenía. Siempre tuve buena elasticidad en las piernas, así que no fue muy difícil ponerme la planta del pie en contacto con la boca. Apoyé los labios e hice la mayor fuerza posible hacia adentro. Pero no sé qué esperaba; si imaginé que iba a sentir un torrente de veneno viniendo a mi boca. Nada de eso. Fue lo mismo que succionar una tabla de madera. Igual por las dudas escupí saliva en la pileta. Apreté con los dedos en el lugar en que había recibido el pinchazo, y asomó una minúscula gota de sangre. No estaba seguro de qué hacer. Por un

Si palmo, palmo dormido (parte uno)

Durante el verano del ’98 (y no hablo del programa de televisión sino de ese momento) yo tenía unos trece años, y para pasar las vacaciones había venido mi primo Jorge (que vivía en una estancia, en un pueblo de la provincia de Córdoba) a quedarse dos semanas en casa, y después mi hermano y yo nos fuimos con él a pasar otro tanto de días allá, al campo. En Laguna Larga (nombre de pueblito) nos pasábamos las tardes corriendo y haciendo ya no recuerdo qué cosas en el campo, o bien nos íbamos en moto al pueblo, o a la pileta del club, a visitar demás parientes y a comprar bombitas de agua. A la noche las actividades eran más acotadas, porque la noche es noche en el campo. A veces Jorge salía con sus amigos (ni mi hermano no yo nos sentíamos muy atraídos por ese plan), pero sino lo más habitual era quedarse en la casa de la estancia, jugado al FIFA 98 en la computadora, o alquilábamos películas en VHS para ver durante la noche. Alguna vez aprovechamos para alquilar una porno, y ya la

Crisis

Creo que estoy entrando en una crisis. Ya me había pasado algo similar hace ocho años, casualmente cuando se estaba jugando el mundial de Sudáfrica. No digo que los mundiales generen cosas; simple coincidencia. Por aquellos tiempos llevaba cuatro años en el mismo trabajo; un trabajo que si bien era tranquilo, tenía un sueldo muy modesto por hacer media jornada, y no tenía relación alguna con lo que había estudiado. Hacía cosa de año y medio que me había recibido de editor de video, y no conseguía nada relacionado con eso. Ya habían pasado más de dos años de la ruptura con Nina, y seguía con su recuerdo muy presente, y me atormentaba bastante el saberla fuera de mi vida. Además a esto se le sumaba que en el 2009 había conocido a Victoria, y parecía que la cosa venía muy bien encaminada, pero en cuestión de semanas se disolvió todo de una manera que no terminé de entender. Esto se sumaba a lo de Nina, provocando una herida más profunda. Sentía mi vida absolutamente estancada y sin