Una especie de cábala


Hoy me desperté un tanto sobresaltado, no tanto exteriormente. No es que estaba agitado, y haya pegado un salto en la cama, pero sí tuve un sacudón interno producto de un sueño. Otra vez un sueño. Pero en esta ocasión fue con Laura, mi más reciente ex novia. En esta vivencia nocturna yo estaba por proponerle casamiento. No estoy seguro por qué lo hacía, porque no estaba convencido. Pero aún así lo iba a hacer, como empujado por alguna fuerza, sabiendo que iba a ser una decisión difícil de deshacer.

Me desperté con estas imágenes frescas en la mente, sin terminar de entender el significado. Pero traté de no darle mayor importancia. Me vestí rápido y fui al baño a lavarme la cara y los dientes. Me dispuse a salir rápidamente, porque a las 11 de la mañana jugaba Argentina contra Francia, por los octavos de final, y había planeado ir a ver el partido a Oveja Negra, mi bar de cabecera.

Oveja me viene acompañando desde prácticamente su inauguración, unos catorce años atrás. Hubo períodos en que he ido muy asiduamente, varias veces por semana, y otros en los que por meses no pisé el lugar; fui mucho solo, a sentarme a la barra, pero también fue lugar de encuentro con amigos; además he ido con Nina, fui con Victoria, con Angie y con Laura; y volví a ir solo a ahogar penas y a recluirme de todos, pero en un ambiente público. Cuando estoy mal me suele pasar eso, que me aíslo, no quiero hablar con nadie, no quiero salir con amigos, me convierto en un ser solitario. Y Oveja me acompañó en varios de esos momentos.

Me siento tan a gusto en el bar, que durante estos años también fui varias veces a ver partidos de Argentina. Y da la casualidad que todos los que vi ahí, terminaron con victorias de la selección. Tampoco fui a ver tantos partidos: solamente cuatro. Pero tres de ellos fueron importantes, como la final de los juegos Olímpicos del 2008 contra Nigeria; el de octavos de final del 2010 contra México, con el golazo en tiempo suplementario de Maxi Rodríguez; y el último partido de las eliminatorias para este mundial, donde estábamos prácticamente afuera y gracias a los tres goles de Messi clasificamos.

Sentí que era una especie de cábala ir a verlos a Oveja, así que un poco por eso, y otro poco porque no arreglamos nada con mis amigos y no tenía ganas de verlo solo en casa, fui. No voy a hacer ningún tipo de análisis del partido, porque ya sabemos cómo terminó. Mientras la gente se empezaba a retirar del bar yo me pedí una segunda pinta de cerveza, porque supuse que esa sería la mayor satisfacción de la jornada. Y de repente veo a una chica que se estaba yendo, que tenía… no una papada, pero como una especie de pliegue en la piel del cuello. Y esa nimiedad, ese pequeño detalle me hizo recordar a Nina. Cuando una sutileza así despierta un recuerdo, puede ser más peligroso que un parecido irrefutable. Y ahí se me vinieron como cascada otras evocaciones de Nina, Victoria, Angie y Laura, mientras yo seguía acodado en la barra de Oveja.

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