Croata


Esta tarde, mientras se estaba jugando el partido entre Rusia y Croacia, veníamos charlando con un amigo y haciendo comentarios sobre el mundial. El gran nivel de juego entre estas dos selecciones, y el resultado final provocaron que ambos dijéramos “¡qué bueno ser croata!”. Hasta bromeamos cómo quedarían nuestros apellidos con la característica terminación “”.

Y capaz hubiese estado bueno ser croata. Algunos dirán “pero ellos no tienen dulce de leche”, o “las mujeres argentinas son más lindas”, o “no tienen música que valga la pena”. Y hacer ese tipo de afirmaciones está mal. Porque yo no hablo de irse a vivir a Croacia; me refiero a haber nacido en ese país. Y si así fuera, no extrañaríamos el dulce de leche porque capaz ni sabríamos de su existencia, y en su lugar comeríamos atrukli (lo acabo de googlear); posiblemente nos resultarían más atractivas las mujeres croatas; y nos pasaríamos horas escuchando a Omega Lithium (gracias Wikipedia).

Nos habríamos forjado bajo una realidad y una cultura diferente; eso sería lo normal y no nos harían falta cosas que nunca pasaron. De igual manera, pero volviendo a la realidad de ser argentino, es que yo digo “me gustaría que me guste el queso”. Sí, no me gusta el queso. En realidad me defino de esa manera porque es más fácil, pero después tengo que empezar a ahondar y explicar cuando me preguntan si como pizza (sí), si le pongo queso a las pastas (no), sanguches de miga (sí), y demás.

Pero no siempre fui apático con el queso. De chico, a eso de los seis años recuerdo que comía normalmente. Por ejemplo, con mi hermano hacíamos un caminito con cubos de queso por sobre el sofá, y jugábamos a ser ratones. Pero después, no sé en qué momento, dejé de comerlo. Y la maña me vino con todo, porque dejé de ingerir cualquier cosa que tuviese el citado ingrediente. A mi vieja le pedía que me hiciera pizza sin muzzarella, lo mismo las milanesas napolitanas, y si en un plato de pastas me tiraban una minúscula escama de parmesano, era capaz de descartarlo todo.

Con los años por suerte mejoré un poco, y dejé de ser tan quisquilloso. Sigo sin comer quesos así sueltos (en una picada por ejemplo), pero si forman parte de un plato, hay algunos que están permitidos. Los quesos que no como bajo ningún punto de vista son el roquefort, el parmesano y el provolone. El resto, digamos que me la banco.

El no comer un determinado alimento suele ser una complicación, sobre todo cuando es necesario ponerse de acuerdo con otros. Por eso es que digo “me gustaría que me guste el queso”. No me gustan, pero me gustaría. Sería más sencillo todo. Y no sirve forzarse a comerlo; no funciona así la cosa, porque sigue sin gustarme. Pero con los años el paladar va evolucionando, y capaz llega un momento en que me empiezan a gustar todos los quesos. Estaría bueno.

Existe ese deseo de ser una cosa diferente a lo que se es, pero con la sensación de que el cambio no depende de uno, sino de factores externos. Y a veces ni siquiera podemos saber de qué depende. Por ejemplo si uno es introvertido, o tímido, y no quiere ser así.

Cuando estaba en el colegio no me gustaba ir a bailar. Me hubiese gustado que me guste ir a bailar. Aunque si hubiese sido así, por causa y efecto es probable que no estuviese hoy haciendo estas reflexiones. Pero no sería un peso, porque posiblemente hoy, sábado por la noche, me encontraría haciendo algo más divertido que crear una entrada nueva en un blog en la ciudad de Zagreb.

Comentarios

  1. una de las cosas que mas me molestan del otro: el elegir la comida... insoportables!! capricho, gusto escaso (o limitado), maña, mala enseñanza, etc.... podría seguir criticándote jaja... igual es una boludez, un detalle mínimo de alguien.... lo asocio con la inmadurez igual... quizá hasta vos también porque decís que con el tiempo te vas a bancar mas cosas que ahora...

    croata? nah... hasta parecen aburridos... quiero crisis!!!! ja... saludos...

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  2. Trato de ser mas abierto, eh! Pero hay veces que no puedo... jaja

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