Si palmo, palmo dormido (parte uno)
Durante
el verano del ’98 (y no hablo del programa de televisión sino de ese momento) yo
tenía unos trece años, y para pasar las vacaciones había venido mi primo Jorge
(que vivía en una estancia, en un pueblo de la provincia de Córdoba) a quedarse
dos semanas en casa, y después mi hermano y yo nos fuimos con él a pasar otro
tanto de días allá, al campo.
En Laguna Larga (nombre de
pueblito) nos pasábamos las tardes corriendo y haciendo ya no recuerdo qué
cosas en el campo, o bien nos íbamos en moto al pueblo, o a la pileta del club,
a visitar demás parientes y a comprar bombitas de agua. A la noche las
actividades eran más acotadas, porque la noche es noche en el campo. A veces
Jorge salía con sus amigos (ni mi hermano no yo nos sentíamos muy atraídos por
ese plan), pero sino lo más habitual era quedarse en la casa de la estancia,
jugado al FIFA 98 en la computadora, o alquilábamos películas en VHS para ver
durante la noche. Alguna vez aprovechamos para alquilar una porno, y ya la sola
idea de tener esa joyita para la noche nos generaba mucha adrenalina.
Una de esas noches, sería
cerca de la una de la madrugada, yo aprovecho el final de una de las películas
para ir al baño. Era verano, ya lo dije, y los tres andábamos todo el día
descalzos. Salvo para ir afuera, porque en el pasto había unas espinitas
pequeñas que no se veían. De hecho, una maldad que nos hacíamos a veces, por
ejemplo cuando nos metíamos en el tanque australiano transformado en pileta,
era llevarnos las ojotas de alguno para obligarlo a volver a la casa en patas.
Pero adentro, siempre descalzos. Salgo de la pieza, y apenas pongo un pie en el
corredor que llevaba al baño, siento un fuerte pinchazo en la planta del pie.
Lo primero que se me vino a
la mente, era que seguramente alguna ramita con espinas, por algún descuido
había quedado adentro, seguramente empujada por el viento de la tarde a través
de la puerta ventana de ese corredor. No era un pensamiento descabellado. Había
de esas ramitas por todos lados. Levanto el pie para corroborar mi teoría, pero
me quedé helado. Literalmente tengo el recuerdo de una oleada de sangre fría atravesándome
el cuerpo, y la sensación de haberme puesto blanco al descubrir un escorpión
debajo de mi pie.
Escorpión, alacrán, o como
sea. A los 13 años, nunca había visto uno de estos bichos más que en
documentales o revistas, y en mi imaginario era una criatura mortal. Te pica,
te morís; así nomás. Traté de mantener la calma, y lo primero que hice fue
avisarles a Jorge y a mi hermano del bicho que había encontrado, pero nada les
dije dela picadura. Ellos, empujados por el entusiasmo del hallazgo se
apresuraron a buscar un frasco para atraparlo, mientras yo seguí rumbo al baño,
presa del pánico.
(Continuará...)
Uy, que suspenso. Salvo por el hecho de que lo contás.
ResponderBorrarSi, caí en el auto spoiler. Mala mía por poner el título antes de saber la longitud del relato.
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