El eslabón
Mirá,
tenés que hablar con Alberto. Ya sabés cómo es él, que por lo general se vuelve
reacio al contacto social, e incluso las últimas veces buscó excusas debatibles
para no ir a las reuniones familiares. Así que supongo que tampoco te resultará
muy fácil lograr que se entregue a un diálogo abierto. Entiendo su postura de
evitar los cumpleaños, porque últimamente todo se volvió muy de parejas, y la
felicidad y compañía ajenas sólo ponen en evidencia las carencias propias. En ese
sentido comparto su desgano e inasistencia.
Quizás simplemente quiere
pasar inadvertido, ser un fantasma, pero justamente su ausencia en los eventos
es la que lo realza. Termina siendo inevitable que se lo mencione, que unos
pregunten dónde está Alberto, y otros repitan sus excusas, pero acompañándolas de
gestos de descreimiento de dichas razones. Su hueco en el marco familiar,
repetido en sucesivos encuentros, lleva a más de uno a hablar de él, a suponer
cosas, a afirmar otras, intuyendo en muchos casos que es un salame, o en otros
tantos que tiene un problema que nadie se anima a firmar. Se habla de Alberto,
de su pasado, donde seguramente debe haber existido un hecho puntual, una
herida, una desilusión que lo condujo a este presente ausente.
Y yo quiero que hables con
él por eso, porque me molesta que se especule, que se hable de más. Sobre todo
porque ellos, los que lo juzgan, tienen la vida resuelta, o por lo menos se
sienten conformes consigo mismos. Y desde esa comodidad es muy simple apuntar y
disparar. A mí lo que me interesa es escucharlo, o mejor dicho que lo escuches
vos, porque entiendo más factible que se abra con vos. Quizás te cuente qué
pasó décadas atrás, cuando era un veinteañero que estudiaba cine, y que era el
alma jocosa de todas las reuniones. Llegaba Alberto a cualquier cumpleaños,
cena, nochebuena, reunión de primos, y la cosa cambiaba. Él era el único
eslabón entre los niños y los adultos: todos se sentían a gusto con Alberto.
Era el joven que podía congeniar con los adultos pero sin sentir los achaques
ni las cruces de éstos, y a su vez jugaba con los niños, pero sabiéndose
admirado y con libertades.
Creo que vos podés
preguntarle qué pasó, por qué se fue volviendo ermitaño. Capaz se debió a algún
amor perdido del cual no se pudo recuperar. Todos nos solemos acordar de
Roxana, que fue la última novia que presentó. Y hoy, en las reuniones sin
Alberto, la gente habla de ellos, y la busca en las redes sociales para ver
cómo envejeció. Los del presente cómodo se sienten con derecho de inmiscuirse en
la vida ajena. En la vida ajena y pasada, que es doblemente ajena. Y yo quiero entender
las razones. Porque entiendo que es difícil seguir yendo a ese tipo de
encuentros cuando todos tus primos fueron poniéndose en pareja y tuvieron
hijos, y esos hijos crecieron y ya están conviviendo. Y vos sos el último
eslabón de algo que ya no se sabe qué es, pero te sentís mal y no querés ver a
nadie para intentar creer por lo menos por un momento que ese estancamiento
personal, que ese fracaso no existe. No querés hablar con nadie, ni que nadie
te pregunte cómo andás. Eso lo sé. Por eso quiero que hables vos con él, porque
temo verme reflejado en lo que diga, y ya no poder ir a ninguna reunión
familiar.
Alberto ya volverá a las reuniones cuando tenga ganas de volver. A la gente a veces hay que dejarle su espacio. Un besote!!!
ResponderBorrarTodos somos un poco Albertos...
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