El mejor apodo
A
veces la maldad y la creatividad vienen de la mano. Y un lugar en el que se
puede ver claramente es a la hora de bautizar con un apodo a alguien. Es verdad
que la mayoría de las veces, los sobrenombres van tomando forma a lo largo del
tiempo, como un trabajo sutil e invisible, hasta que de repente, un día uno
amanece ya apodado, pero no sabe cómo fue esa gesta.
En contraparte, yo enarbolo
la bandera de haber puesto los apodos de dos de mis amigos del colegio
secundario. En realidad, el primero fue un mérito a medias, por no ser una
invención genuina. Un día lo llamé por teléfono a la casa, pedí hablar con él,
y afilando el oído pude escuchar en esa intimidad hogareña, que sus padres lo
llamaban Tete. Cuando él llegó hasta el aparato telefónico le dije “qué hacés,
Tete”, y desde ese preciso momento, el apodo se expandió como una gota de nafta
en el agua.
El segundo sobrenombre sí
es medalla mía. Fue cuando Carlos estaba contando en un recreo que, así como
los hermanos mayores, cuando ya no les entra su ropa suelen traspasársela a los
menores, él hacía lo suyo, pero obsequiándole las prendas a su abuelo. Alguno
hizo un comentario refiriéndose a si era su abuelo quien elegía la ropa, para
así recibir algo de su gusto una vez que él ya no la usara más, y a mí se me
ocurrió llamarlo Nono. Terminamos el colegio años más tarde, con dos buzos de
egresados, uno que decía Tete, y el otro, Nono.
Pero sin lugar a dudas el
mejor sobrenombre que vimos y vivimos, y por ende el más malvado, fue varios
años antes, en la escuela primaria. No recuerdo cómo nació. Desde el momento
que tengo memoria, ya existía. Teníamos un compañero que era un poco obeso. Era
el gordo de la clase, pero faltaban por lo menos dos décadas para que
apareciera la palabra bullyng. Lo único que sé es que a Nicolás, nadie lo
llamaba por su nombre: para todos era el Doble Pechuga. O Doblepechuga, porque
sonaba como una única palabra despojada de significado, y por consiguiente, de
agresión.
El Doble (después le
empezamos a decir de esa manera, porque era un apodo muy largo) hizo toda la primaria
llevando este nombre, pero sin ser una carga. Era lo más natural tanto para él
como para el resto. No era un vocablo hiriente, porque era nuestro amigo, y en
el fondo lo llamábamos de esa manera con la misma inocencia con que le decíamos
Fede a Federico. Sólo años más tarde, descubrimos que Doble Pechuga, visto con
ojos nuevos, no era el mejor apodo.
Tus términos tan argentinos me ha gustado volver a recordar
ResponderBorrarsonriendo comienzo la noche
saludos desde Miami
Sos argentina viviendo en Miami, o has estado por estos sures tiempo atrás?
BorrarQue linda apreciación. Yo tuve dos apodos, en sus comienzos hirientes, y luego uno se adapta y asume la condición.
ResponderBorrarMe gustaría conversar contigo, como te puedo contactar? Todavia no manejo del todo el blogspot jajajaja
En otro momento hablaré de mis apodos.. ja.
BorrarBueno, para contactarme podes escribirme a elotromonstruo@gmail.com . El mail es algo anticuado, lo se.. jaja. Pero es algo mientras medito cómo develar mi verdadera identidad... jaja
Jajaja...me mató...el bulling argento es mas cariñoso y amiguero que el yanky...y cuando éramos chicos las cargadas eran parte del crecimiento...buen finde!
ResponderBorrarNo solo tenemos bullying menos agresivo, sino que tampoco entran los pibes armados al colegio y matan a todos... jaja
Borrar¡Hola! Qué curiosas historias, casi parte de la niñez los apodos y hasta algunos, sobreviven a la adultez. Un gusto leerte.
ResponderBorrar¡Un abrazo!
jajajajaaaa buenísimo El Doble.
ResponderBorrarTe dejo una entrada donde hablo también de todo esto, ayudado por un audio.
https://frodorock.blogspot.com/2016/03/el-origen-de-los-apodos.html#comment-form
Ah, y me hiciste acordar que había un compañero de mi primo ingresó a la escuela en 2do año y lo apodaron "El Chico Nuevo"... hasta el día de hoy
Excelente entrada
Abrazo!