A fuego


Esta mañana, mientras esperaba la llegada del tren, sin proponérmelo caí en la cuenta de que hoy se cumplen tres años del día en que conocí a Laura.

Aquel sábado de 2015 era el cumpleaños de un amigo. En realidad, más conocido que amigo. Con Rodrigo habíamos sido compañeros durante los primeros dos años del colegio secundario, luego de los cuales se cambió de institución. De todos modos, tampoco teníamos demasiado vínculo por aquel entonces. Pero una vez egresados, por medio de otros grupos y de gente en común, volvimos a vernos en reuniones, y las aparentes diferencias que antiguamente nos habían puesto en distintos grupitos parecían haberse esfumado. Ahora disponíamos de una buena onda mutua. En el último tiempo habíamos empezado a jugar a la pelota casi semanalmente junto a otros ex compañeros, con lo cual en el 2015 caí dentro de su invitación de cumpleaños.

Si bien había aceptado, una vez llegado el día no me dieron muchas ganas de ir. El resto de los asistentes sí eran amigos suyos, y supuse que si bien yo los conocía, a la larga me iba a aburrir, y como el festejo era en una casa quinta un tanto retirada de la ciudad, solamente podría irme cuando uno de los conductores lo dispusiese. Pero había un motivo para mantener mi asistencia, y era que yo me había ofrecido a ser el parrillero de la noche. Parece que ninguno era muy diestro con el manejo del fuego y las brasas, y días atrás me comprometí con ello. Ya estaba jugado.

No éramos muchos esa noche, unos cuantos de los presentes eran también ex compañeros del colegio, y no había mucha gente más por fuera de ese grupo, así que no estaba tan desubicado. De todos modos, casi que no me aparté de al lado de la parrilla. Tenía sobre mí nada menos que la responsabilidad de la comida de todos los presentes, y una oportunidad para dejar fluir mi costado pirómano. Pese a ser una noche fresca, yo estaba de mangas cortas por mi proximidad al fuego. A medida que la gente iba llegando yo era presentado como “el parrillero”, mote que me quedaba un tanto holgado, pero que a la vez producía gratificación.

Había una chica que entendí era amiga de la hermana de Rodrigo, que había caído medio de rebote; no tenía mucho que ver ahí, y prácticamente no conocía a nadie. En determinado momento la vi como protegiéndose de la intemperie, por lo cual le ofrecí mi campera, la cual aceptó. De todos modos yo seguía con mi tarea, removiendo brasas, más preocupado por si la cantidad de fuego iba a ser suficiente para asar la carne. Además, yo me había ofrecido a prender el fuego, pero ahora también era el responsable de la cocción, lo cual ya estaba fuera de mi terreno de comodidad.

Los sanguchitos de bondiola y vacío fueron un éxito, y más tarde se armó un fogón, con guitarra y vino incluidos. Sentados en ronda alrededor del epicentro luminoso, fueron pasando las horas. La chica de la campera estaba ahí, sentada a mi derecha, y como ella no tenía vino le propuse de compartir mi copa. Cruzamos algunas palabras durante la noche. Muy pocas, pero me cayó bien, y sentí que era recíproco. Al día siguiente, Rodrigo me agradeció por haberme hecho cargo de la parrilla, y me comentó que “alguien” había preguntado por mí.

Hoy hace tres años de aquella noche que daría inicio a una historia. Y casi un año que no sé nada de ella.

Comentarios

  1. Buena redacción, a pesar de estar muy preocupado por la cocina lograste conectar con ella, seguro fue el inicio de una gran historia, espero saber la continuación. Saludos desde El Blog de Boris Estebitan.

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