Cartas
Empecé a vaciar el placard; primero los cajones, después las
perchas y el estante de abajo donde estaban las zapatillas. La mudanza, lejos
de sentirse como una carga, significaba el paso a la independencia, o en todo
caso una semi independencia, porque me iba a lo que había sido la casa de mis
abuelos. No había elegido el lugar, pero tenía sus ventajas y era un buen
primer paso para abandonar la casa paterna.
Ya había vaciado la biblioteca y puse en cajas las cosas innecesarias, esas que no me iba a
llevar, que iban a quedar ahí, en ese dormitorio. Lo último en revisar fueron
las puertas de arriba del placard, donde guardaba las sábanas y tenía archivadas
algunas cosas: lugar de no muy fácil acceso por la altura. Y en el revoltijo de
su interior me encontré con una pequeña caja circular de color celeste,
rematada con un moño en su tapa. Ni bien quedó al descubierto la reconocí, aunque
hubía olvidado por completo su existencia. Era la caja de un regalo que me
había hecho Nina cuando cumplimos un año de novios, la cual terminé usando para
guardar las cartas, papelitos y demás recuerdos que ella me había obsequiado
durante la relación.
Me quedé un rato con la caja en la mano, pensando qué hacer.
Si bien en la mudanza estaba abandonando varias cosas que pertenecían
exclusivamente al pasado, esa pequeña caja contenía cosas más íntimas, que no
consideré prudente dejar a merced de quien anduviese luego husmeando el lugar.
Las cartas se mudaron conmigo y encontraron hogar en el ropero de mi nueva
casa. Pero no por mucho tiempo, porque ahora que sabía que estaban ahí, me
generaban cierta incomodidad. O más bien, sentía que pese a la dificultad que
me producía, tenía que desprenderme de todo eso que era pasado, y que lo único
que iba a hacer era atormentarme. Lo medité un poco y me decidí a destruirlas.
Supe que el fuego era la mejor opción, por su carácter depurador
de las cosas. De esa forma iba a acercarme a la idea de darle un final al
asunto. Me senté en el suelo, en un escaloncito que daba al jardín, con una vieja
olla vacía entre las piernas. Pero en lugar de meter todos los papeles ahí
adentro y quemarlos juntos, decidí leerlos una última vez, a modo de despedida.
Fue movilizante. No recordaba muchas de las cosas que ahí estaban plasmadas.
Tengamos en cuenta que esas cartas y esos mensajes fueron escritos durante los
mejores meses del noviazgo, donde todo era perfecto, y las palabras expresaban
esa felicidad de manera tal que por un momento se desdibujaron los límites del
tiempo, y todo se volvió más confuso.
Tomándome el tiempo necesario, fui quemando las cartas una a
una. Pero ni el hecho de que se me haya roto la piedrita del encendedor me
detuvo: busqué fósforos y seguí con la tarea. Ahora sí, los papeles ya ardían
con unas llamas considerables, desde el interior de la olla. De lo que no me di
cuenta, fue de no poner el encendedor roto en el mismo recipiente, porque el
fuego lo hizo explotar, y con un soplido sordo, el gas incinerado se extendió como
una bola luminosa hacia mi cara. Fue un instante; puro susto y un poco de olor
a pelo quemado.
Quemé las cartas, las destruí para darle un cierre a toda
esa etapa y para tratar de no tener recuerdos, pero en su lugar me quedó un
pequeño lugar donde termina la frente, en el que ya no me crece el pelo,
producto de la quemadura. Pasaron cuatro años, las cartas no están, pero cada
vez que me miro al espejo algo me hace recordarlas.
Soy el espiritu bloggero marie kondo alejate de tu yo acumulador
ResponderBorrarRecapacita ^^
Ja, si, lo intento, te juro que lo intento. Algunas veces gano, y otras no. =/
BorrarHola, a veces pasa que queremos borrar esos recuerdos y por una u otra algo hace que no nos olvidemos de ellos, mala suerte la tuya:)
ResponderBorrarGracias por tu paso por mi blog, si no te molesta te sigo.
Besos.
Si tan sólo pudiésemos administrar los recuerdos a nuestro antojo...
BorrarUn gusto tenerte por aqui =)
O sea que te quedó un recuerdo de ese acto de quemar las cartas. Como si ese desprendimiento tuviera un precio.
ResponderBorrarBien contado.
Si, algo así. Como si alguien dijera "no, pibe, no te vas a librar así nomás de los recuerdos"
Borrar¡Hola! Qué mala jugada del universo >.< queriendo no tener recuerdos de ello, te dejó uno un poco más notorio. Me gustó mucho la manera que lo contás, hay una facilidad en tus letras que te hace sentir empatía al leer.
ResponderBorrar¡Un abrazo!
Que lindo lo que decis, Roxana! Uno de los mejores cumplidos que me han hecho! =)
Borrartengo todas las cartas, papelitos, regalitos y recuerdos de mi primer novio en una caja en algún lugar de mi taller, me gusta conservar esos recuerdos, aunque nunca los leo, sé que están ahí... soy algo nostálgica, quizás tenga la memoria selectiva, solo de buenos momentos... aunque claro que el presente siempre es el favorito (bueno a veces) me causó gracia lo del encendedor, aunque es más bien trágico...
ResponderBorrarComparto esa nostalgia. Durante mucho tiempo guardé muchas cosas, pero a veces también se vuelve una carga. Y si, la memoria suele ser selectiva; pero creo yo que está mal. Capaz debería ser al revés: olvidarse las cosas buenas. Porque al perder el recuerdo de las malas, a veces uno quiere volver a eso del pasado.
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