El mar de la inmoralidad, parte dos
Esa noche descubrí que en
un entorno social regular, cuando se cambian un par de reglas de juego, la
gente sufre una regresión a un estado salvaje y pierde toda moral.
En el centro de la pista,
la espuma llegaba tranquilamente hasta el metro veinte de altura, y la gente
bailaba, reía y tomaba, como si no hubiese ninguna espuma. Pero la había. La
había y las ropas comenzaban primero a humedecerse, para terminar empapadas,
pegadas a los cuerpos, revelando contornos y detalles muchas veces íntimos que
cada uno conservaba al resguardo. Pero la espuma empezó a borrar estos límites
de lo privado, de lo personal, porque estábamos todos sumergidos en la misma
sustancia, que nos hermanaba; aún a la distancia, nos sentíamos en contacto, éramos
uno, y yo empecé a saberme con derechos que antes no tenía.
La revuelta marea blanca
era el umbral perfecto: por arriba, la fiesta, la diversión, los cuerpos
pegoteados y sugerentes; por debajo, un mondo invisible donde existían certezas
de cosas que no se veían, que pasarían inadvertidas. Arriba se manejaba el ojo;
abajo, el tacto. Esto lo advertí cuando sin querer rocé a una chica, a la cual
no vi por ser peticita. Perdí perdón, pero instantáneamente comprendí las
posibilidades que ese lugar me ofrecía. Una bestia oculta se desató dentro mío.
Sabía que sumergiéndome en la espuma iba a encontrar un mundo sin leyes, donde habría
víctimas, pero no victimarios.
Con esta revelación inundándome
de entusiasmo, me detengo a ver a una chica hermosa, sola, que bailaba concentrada,
dando saltos. Llevaba una remera blanca con voladitos en los brazos, que se había
tornado semi transparente por la humedad. Dejaba ver debajo un corpiño oscuro,
que suprimió cualquier ápice de entereza que podía llegar a conservar en mi
ser. Supe que era ella a quien iba a atacar. Por acto reflejo, giré la cabeza hacia
mi izquierda, y vi a un flaco que también la contemplaba, con el mismo brillo
libidinoso en sus ojos. Él me vio, y ambos pudimos reconocernos en el otro. Hubo
una pequeña muesca, una sonrisa cómplice de mi parte, y sin mediar palabras él
dijo “uno, dos, ¡tres!”. Como si nos hubiésemos puesto de acuerdo de antemano,
los dos rápidamente nos sumergimos íntegros en el mar blanquecino, y avanzamos
a toda velocidad. La atrapamos entre los dos guiándonos únicamente por el tacto,
porque no podíamos abrir los ojos ni respirar. La chica recibió la descarga de cuatro
manos que le recorrieron el cuerpo íntegro a una velocidad abismal, y sólo tuvo
reacción para soltar un grito débil, que apenas fue audible en medio del
volumen ensordecedor de la música.
Cinco segundos más tarde,
ya todo había pasado. Yo estaba parado en un sector cualquiera de la pista, con
espuma hasta la cabeza, como la mayoría de los presentes, pero con el corazón
bombeando adrenalina, al igual que mi compañero, a quien no vi más luego de la
zambullida. La chica, también con un ataque de taquicardia, posiblemente haya
ido a concluir la noche al boliche de abajo, donde todavía existía la moral.
¡Hola! Y bueno, pasa hasta en las mejores familias. Fue un giro argumental interesante, que no me veía venir esto de la primera parte.
ResponderBorrar¡Un abrazo!
Ahora si tiene mucho sentido el título. Recuerdo otros mares de la inmoralidad, pero la espuma era la de las olas y la sal, y en otras playas ...aunque cercanas a Miramar
ResponderBorrarBuen desenlace, rápido como la acción de la trama
Abrazo!
o sea que el mar fue por la espuma, que pareció desatar emociones salvajes.
ResponderBorrar¿Adonde habrá ido la chica? Final abierto.
Todo tan bien descrito. De la primer parte me quedo dando vuelta los recuerdos dudo de que sean tal cual , tal vez los termine de construir.
ResponderBorrarCreo que no me esperaba el final aunque me gustaria una tercer parte, quedo abierto quiero un poquito mas!